viernes, 15 de agosto de 2014

“La Asunción de María”


Ambientación:

La Asunción nos recuerda que la vida de María, como la de todo cristiano, es un camino de seguimiento, de seguimiento de Jesús, un camino que tiene una meta bien precisa, un futuro ya trazado: la victoria definitiva sobre el pecado y sobre la muerte, y la comunión plena con Dios, porque -como dice san Pablo en la carta a los Efesios- el Padre "nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús" (Ef 2, 6).

Así pues, en María elevada al cielo contemplamos la coronación de su fe, del camino de fe que ella indica a la Iglesia y a cada uno de nosotros: Aquella que en todo momento acogió la Palabra de Dios, fue elevada al cielo, es decir, fue acogida ella misma por el Hijo, en la "morada" que nos ha preparado con su muerte y resurrección (cf. Jn 14, 2-3).

La vida del hombre en la tierra es un camino que se recorre constantemente en la tensión de la lucha entre el bien y el mal. Esta es la situación de la historia humana: es como un viaje en un mar a menudo borrascoso; María es la estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús, sol que brilla sobre las tinieblas de la historia (cf. Spe salvi, 49) y nos da la esperanza que necesitamos: la esperanza de que podemos vencer, de que Dios ha vencido y de que, con el bautismo, hemos entrado en esta victoria. No sucumbimos definitivamente: Dios nos ayuda, nos guía. Esta es la esperanza: esta presencia del Señor en nosotros, que se hace visible en María elevada al cielo. "Ella (...) es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en la tierra".
(Benedicto XVI: María, "estrella que nos guía hacia su Hijo Jesús"). 


Del evangelio según san Mateo

“Y caminando, Jesús, vio a un hombre sentado en su mesa de cobrador de impuestos llamado Mateo. Y le dijo: "Sígueme '. Y levantándose lo siguió."
Mt 9, 9
  •  ¿Qué implica en mi vida seguir a Jesús?
  • ¿Qué dificultades encuentro para tratar de seguir a Cristo?
  • ¿Me apoyo en María encontrando en ella un ejemplo de seguimiento?



Oración:

"Te rogamos, bienaventurada Virgen María, por la gracia que encontraste, por las prerrogativas que mereciste, por la Misericordia que tú diste a luz, haz que aquel que por ti se dignó hacerse partícipe de nuestra miseria y debilidad, por tu intercesión nos haga partícipes de sus gracias, de su bienaventuranza y gloria eterna, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, que está sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén"
(San Bernardo)